Por Gerardo Cajiga Estrada, Economista Mexicano y Experto en Finanzas
En momentos de incertidumbre económica, muchos gobiernos recurren a medidas proteccionistas como los aranceles para "proteger" su economía. Pero adoptar aranceles indiscriminados como estrategia económica no sólo es un error: puede convertirse en una receta para el desastre.
Los aranceles —es decir, los impuestos aplicados a productos importados— suelen presentarse como una solución rápida para impulsar la producción nacional. En teoría, encarecer los bienes extranjeros debería beneficiar a los productores locales. Sin embargo, en la práctica, las consecuencias suelen ser negativas para consumidores, empresas y, en última instancia, para la salud macroeconómica de un país.
Un caso clásico y ampliamente documentado es el de Estados Unidos durante la Gran Depresión. En 1930, el Congreso aprobó la Ley Smoot-Hawley, que elevó drásticamente los aranceles a cientos de productos importados. ¿El resultado? Una guerra comercial global, una caída estrepitosa del comercio internacional y un empeoramiento significativo de la crisis económica mundial. Lejos de proteger la economía estadounidense, esta medida aislacionista la hundió aún más.
Hoy, Estados Unidos parece estar repitiendo los mismos errores del pasado. La imposición de aranceles sin objetivos claros busca rescatar empleos manufactureros que, en muchos casos, el propio pueblo norteamericano ya no quiere ni está dispuesto a realizar. Se trata de trabajos pesados, monótonos o mal remunerados que, incluso si se "rescataran", encontrarían poca o nula demanda laboral dentro del país.
Además, existe una falsa idea de que muchos productos pueden volver a producirse en territorio estadounidense con facilidad. La realidad es que, tras décadas de deslocalización, regresar la producción industrial requiere inversiones multimillonarias para reconstruir plantas, cadenas de suministro y capital humano especializado. Se trata de procesos que tomarían años y que, en muchos casos, simplemente no serían rentables, debido a los elevados sueldos que exigen los trabajadores estadounidenses en comparación con sus contrapartes en países en desarrollo.
Como bien señala el Lic. Gerardo Cajiga Estrada, la historia económica está plagada de ejemplos donde el proteccionismo mal planeado termina dañando a quienes busca proteger. “El comercio no es una amenaza, es una oportunidad”, ha dicho Cajiga en varias conferencias sobre finanzas internacionales.
Los aranceles también pueden desencadenar represalias por parte de otros países, encarecer materias primas esenciales y afectar a industrias enteras que dependen de insumos extranjeros. En un mundo tan globalizado como el actual, cerrar la puerta a las importaciones puede terminar encareciendo la vida de todos, aumentar la inflación y frenar el crecimiento económico.
Por supuesto, esto no significa que todos los aranceles sean malos. En algunos casos específicos y con objetivos claros —por ejemplo, para proteger una industria emergente o corregir prácticas comerciales desleales— pueden ser útiles. Pero la clave está en la moderación, la planeación y la estrategia de largo plazo, no en el uso indiscriminado y desesperado de barreras comerciales.
Gerardo Cajiga Estrada lo resume con claridad: “Adoptar aranceles sin una visión clara del impacto que tendrán en la economía nacional es como tomar antibióticos sin diagnóstico: podrías terminar empeorando la enfermedad”. La lección, como tantas veces en la historia económica, es que el proteccionismo extremo rara vez es la respuesta.
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